Tipos DE Falacias - Apuntes 1 PDF

Title Tipos DE Falacias - Apuntes 1
Course Epistemología I
Institution Universidad La Gran Colombia
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Tema inicial del 1 corte sobre falacias....


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TIPOS DE FALACIAS Desde Aristóteles las falacias se han dividido en dos clases, falacias verbales – fallaciae dictionis y falacias relativas a las cosas – fallaciae extra dictionem-. Entre las primeras -llamadas también falacias de ambigüedad- se citan las de equivocación, anfibología, composición, división, acento, etc. Dentro de las segundas – llamadas también falacias materiales, o de relevancia -, se estudian las falacias ad baculum, ad hominen, ad ingnorantian, ad verecundiam, ignorantia elenchi, petición de principio, generalización apresurada, accidente, falsa causa, pregunta compleja, etc. Aunque la clasificación indicada se acepta casi sin discusión, es necesario revisarla, sobre todo la segunda clase, en la perspectiva de la teoría de la argumentación. La primera clase la aceptaré casi sin discusión bajo el título genérico de falacias lingüísticas. Le agregaré a esta clase la falacia de la pregunta compleja, por razones que explicaré más adelante.

La segunda clase, en cambio, debe ser reelaborada totalmente. Ya hemos eliminado de esta clase el argumento ad hominem y la petición de principio ; creo que lo que he dicho sobre ellas es más que suficiente. Los demás argumentos o falacias los estudiaremos en relación con elementos de la teoría de la argumentación: la adaptación del orador al auditorio, las premisas de la argumentación, la interpretación de los datos de la argumentación o diversos esquemas argumentativos. Al hacer esto se podrá constatar que la segunda clase es un hacinamiento de los más variados fenómenos argumentativos.

LAS FALACIAS LINGÜÍSTICAS Ocurren en argumentos cuya formulación contiene palabras o frase ambiguas cuyo significado cambia más o menos sutilmente en el desarrollo del argumento y lo hace falaz: estas falacias provienen fundamentalmente de la polisemia y la homonimia, tanto como de la contravención de reglas sintácticas, semánticas y pragmáticas del lenguaje ordinario. Lo cómico en este caso, nos invita a ser vigilantes frente a las trampas que nos tiende el lenguaje. La falacia de equivocación la explica Copi así:

La mayoría de las palabras tiene más de un significado literal, por ejemplo, pluma. Cuando los distinguimos no hay problema, pero cuando los confundimos y usamos una palabra o frase en sentidos diferentes, las usamos de manera equívoca. Si el contexto es un argumento, cometemos la falacia de equivocación.

Carney y Scheer nos ponen la siguiente ilustración de esta falacia:

La existencia de un poder sobrenatural está presupuesto en la frase “ley de la naturaleza” tal como se usa corrientemente en la ciencia, porque donde hay una ley, hay un legislador, y se debe presumir que el legislador es capaz de suspender la operación de la ley. Es obvio que en este argumento el término ley se usa de dos maneras diferentes. En “ley de la naturaleza”, quiere decir la formulación de las relaciones descubiertas en el mundo; en la segunda frase, ley quiere decir regla de conducta impuesta por una autoridad.

Si sólo usáramos uno de los dos sentidos en el argumento, como lo sugieren Copi y CarneyScheer, llegaremos a un planteamiento absurdo, es decir ridículo.

La existencia de un poder sobrenatural está presupuesto en la frase, una regla de conducta impuesta por una autoridad de la naturaleza, tal como se usa corrientemente en la ciencia... A veces –agrega Copi- algunas ilustraciones de esta falacia son tan absurdas que se vuelven chistes, como en este argumento:

Algún perro tiene orejas peludas Mi perro tiene orejas peludas. Luego, mi perro es algún perro! (es decir, un perro cualquiera...) Una situación análoga se da cuando olvidamos la relatividad de muchos términos que tienen diferentes sentidos en contextos diferentes, por ejemplo, alto para referirme a hombres o edificios. Gris no es relativo, por ejemplo, “un elefante es un animal, luego un elefante gris es un animal”, pero será ridículo decir: “un elefante es un animal, luego un elefante pequeño es un animal pequeño”.

Que los textos analizados sean parcial o totalmente cómicos no debe extrañarnos porque, de hecho, el recurso a la polisemia o a la homonimia en una argumentación seria es supremamente raro porque, si existe un acuerdo suficiente sobre la distinción entre las nociones, la argumentación que recurre a la homonimia no es sino un argumento cómico, caricatura de un argumento normal.

No obstante el estafador, como todo hombre de espíritu, se vale de la polisemia y de la homonimia- y de su olvido en los destinatarios del mensaje- para lograr su objetivo, como puede verse en esta historia que nos cuenta L. Olbrechts-Tyteca:

Víctor Schwitz ofrecía en los avisos clasificados una máquina de escribir y una de coser en perfecto estado, por 500 francos antiguos. Enviaba a sus clientes un lápiz y una aguja. La estafa le produjo 2 millones en 3 años!

Existe otra falacia de ambigüedad que no se da en los términos –como lo anterior-, sino en el enunciado: es la falacia llamada de anfibología, que se da cuando el significado de un enunciado es confuso debido a la manera descuidada o torpe de su construcción gramatical.

El lenguaje ordinario, en todas las lenguas, se divierte con esta clase de ambigüedades:

El caballo de Jorge tiene hambre. Se vende calzado para señores de cuero. Cirios para primeras comuniones de cera. Vestidos para señoras de seda. Escritorios para ejecutivos de metal. El club de astronomía se reúne los jueves por la noche con el señor Baldgum dividido en dos. Se alquila apartamento para dos. Se prefieren las parejas. Se vende escritorio antiguo para dama distinguida con patas curvas y gavetas anchas. Se saltó la tapa de los sesos después de despedirse afectuosamente de su familia con un revólver.

O estos otros en inglés:

Anthropology is the science of man embracing woman. Clara Shumann was too busy to compose herself Serve the meat when throughly stwed.

Mourant nos dice que “la ambigüedad como falacia es fácilmente identificable porque casi siempre es de carácter humorístico”, lo que quiere decir que no hay tal falacia.

Lo cómico de la anfibología nos muestra las posibilidades de nuestro instrumento lingüístico, y nos invita a ser cuidadosos cuando lo usamos. La risa sanciona los descuidos, como puede verse, en más de una ocasión, en esta carta de una madre a su hijo:

Querido hijito:

Tomo la pluma para escribirte a lápiz, porque el gato regó el tintero. Tuve suerte porque no había tinta en él.

Hace tiempo que está en el regimiento. Tanto como estabas aquí no nos dábamos cuenta de tu ausencia, pero ahora que te has ido, sentimos bien que no estás aquí. El domingo, el alcalde organizó una carrera de asnos, es una lástima que no hubieras estado. Seguramente hubieras ganado el primer premio...

Te envío camisas nuevas hechas con las viejas de tu papá. Cuando estén muy gastadas, devuélvemelas para hacerle unas nuevas a tu hermano. El domingo fue de fiesta en el pueblo. Pensamos en ti porque hubo feria de cerdos... Un camión le cortó la cola a tu perro, pon cuidado cuando atravieses la calle. Aquí todo el mundo está bien menos el tío Jules que murió; espero que al llegar esta carta te encuentres lo mismo.

Los oráculos son proverbiales en sus respuestas anfibológicas y se regocijan en ellas, aprovechando nuestros descuidos –lo mismo que el estafador se aprovecha del equívoco-, como en la respuesta que dio el oráculo a la pregunta de Creso, sobre la guerra que debía emprender.

Si Creso, emprende la guerra contra Persia, destruirá un reino poderoso.

Encantado con esta predicción, Creso inició la guerra y fue rápidamente derrotado por Ciro. Como se le perdonó la vida, después escribió una carta al oráculo, en la que se

quejaba amargamente. Los sacerdotes de Delfos respondieron que el oráculo había hecho una predicción correcta:

Al desencadenar la guerra, Creso destruyó un poderoso reino: ¡El suyo propio!.

A veces, dicen nuestros autores, se comete una falacia cuando se cambia el significado del enunciado por énfasis o acento: es la falacia de énfasis.

Copi nos propone el siguiente ejemplo: No debemos hablar mal de nuestros enemigos, con el siguiente comentario: Cuando se la lee sin ningún énfasis indebido, la prohibición es perfectamente correcta. Pero si se extrae la conclusión de que podemos sentirnos libres de hablar mal de cualquiera que no sea nuestro amigo, entonces esta conclusión deriva de la premisa solamente si ésta tiene el significado que adquiere cuando se subrayan las dos últimas palabras. Pero, en este caso, ya no es aceptable como ley moral,... es una premisa diferente... También sería falaz un razonamiento que extrajera de la misma premisa la conclusión de que podemos hacer mal a nuestros amigos, a condición de hacerlo silenciosamente. Y lo mismo con las otras inferencias falaces sugeridas.

Es cierto, no es lo mismo decir: ¿Cómo, amanecío?, que ¿Cómo amaneció?

La prensa gubernamental y de oposición, o la prensa sensacionalista, nos han acostumbrado a algo normal en toda argumentación: la selección de datos. La selección de algunos elementos para presentarlos al auditorio implica que ellos son los importantes y los pertinentes en el debate, porque su selección les concede la presencia, esencial para el

logro de sus efectos argumentativos, como puede verse en esta noticia periodística, cuasicómica porque su contenido defrauda las expectativas suscitadas por el título:

“REVOLUCION EN FRANCIA, temen las autoridades”.

La frase completa “una revolución en Francia temen las autoridades” –agrega Copi, de quien tomamos el ejemplo-, puede ser absolutamente verdadera, pero la forma, en que se destaca en el periódico la convierte en una afirmación impresionante, aunque totalmente falsa.

Pero no es sólo por sensacionalismo, sino también por interés de bando o por función, que la argumentación es selectiva y se expone al reproche de ser parcial y tendenciosa. Este reproche deberá tenerlo en cuenta, sobre todo, quien pretenda argumentar de manera convincente, es decir válida para el auditorio universal.

De todas maneras, el énfasis, el acento, no sólo modifica

los significados de los

enunciados sino que también nos muestra que él es un elemento esencial en la comunicación. Este énfasis puede ser de tipo gráfico –como en la noticia de prensa vista antes-, o de tipo fónico como puede apreciarse en estas dos historias, tomadas de L. O. Tyteca:

(a) Un padre lee indignado este telegrama de su hijo: (b) (Tono autoritario) “!Estoy arruinado, mándame dinero!” Y comenta lamentándose: ¡Hijo irrespetuosos! Si al menos me hubiera telegrafiado así: (b’) (tono implorante) “Estoy arruinado, mándame dinero”. y (b) Este de comedia andaluza: - Y qué ¿ha llovido en el cortijo? - Pues verá usted señorito: (a) (Tono menor): como llover, llover, lo que se llama llover, sí ha llovido.

(b) (tono mayor): Como llover, llover, lo que se llama llover, no ha llovido.

L. Olbrechts comenta las historias así:

El primer ejemplo muestra que la entonación, aunque relativamente independiente del sistema estructural de la lengua, es tan esencial a la comunicación que cuando la desconocemos la suplimos espontáneamente . Es algo que sabemos y por lo mismo, reímos... En el segundo, el orador describe con palabras opuestas una misma situación objetiva. La entonación juega un papel compensatorio. Esta posibilidad lingüística nos maravilla y regocija.

El énfasis puede ser también semántico-pragmático como puede apreciarse en esta historia cómica, narrada por Copi, donde se ve de manera sobresaliente que en la comunicación debe darse la información que presumiblemente interesa al destinatario porque de otra manera podemos mentir diciendo la verdad:

Casi a punto de partir cierto barco, hubo una disputa entre el capitán y su primer oficial. La discusión sea agravada por la tendencia a beber del primer oficial, pues el capitán era un fanático de la abstinencia y rara vez perdía oportunidad para regañarlo por su defecto. Inútil decir que sus sermones solo conseguían que el primer oficial bebiera aún más. Después de repetidas advertencias, un día en que el primer oficial había bebido más que de costumbre, el capitán registró el hecho en el diario de bitácora y escribió: “Hoy, el primer oficial estaba borracho”. Cuando le tocó al primer oficial hacer los registros en el libro, se horrorizó al ver esta constancia oficial de su mala conducta. El propietario del barco iba a leer el diario y su reacción, probablemente, sería despedir al primer oficial, con malas referencias. Suplicó al capitán que eliminara la constancia, pero el capitán se negó. El primer oficial no sabía qué hacer, hasta que finalmente, dio con la manera de vengarse.

Al final de los registros regulares que había en el diario ese día, agregó: “Hoy, el capitán sobrio”.

Existe otra forma más seria de la falacia de énfasis sobre la cual llaman la atención Copi, Toulmin, y Carney y Scheer. Esta consiste en sacar las citas del contexto, mutilarlas, introducir bastardillas donde no existen o eliminarlas donde existen.

En efecto –agrega Toulmin-, los enunciados sólo se pueden interpretar con exactitud en los contextos más amplios en que aparecen. Pueden ser de crucial importancia saber si el argumento particular estaba destinado a los miembros de un sindicato, a los estudiantes del colegio o a un congreso científico. Sin esta información, no podemos esperar entenderlo adecuadamente, como quería el autor que se lo tomara. De manera análoga, es crucial saber si el autor del pasaje era irónico, expositivo o analítico, o si sus propósitos eran literarios, científicos o morales. Sin esta información seremos incapaces de comprender sus tesis.

La atinada observación de Toulmin nos invita a pensar que los datos de la argumentación no sólo se seleccionan para darles una presencia, sino que también se interpretan, porque siempre hay una escogencia entre los diversos modos posibles de significación. Así, anota Perelman,

Un mismo proceso puede ser descrito como apretar una tuerca, ensamblar un vehículo, ganarse la vida o favorecer la corriente de exportaciones; y un mismo acto puede ser considerado en su aspecto más contingente y alejado de la situación, pero también puede verse como símbolo, como medio precedente o jalón en una dirección. Las interpretaciones pueden ser incompatibles, pero el hecho de resaltar una deja a las demás en la sombra. Su infinita complejidad, su movilidad e interacción impiden reducirlas a una probabilidad numérica.

Cuando se trata de signos lingüísticos –palabras o enunciados-, es indudable que sólo podemos conocer su función recurriendo al contexto . Precisamente Pascal – aludiendo a la polémica sobre el origen agustino del cogito cartesiano- tomaba partido en la discusión a partir del contexto y de las diferencias que él permite descubrir:

Quisiera preguntar a personas equitativas si este principio: “la materia está en capacidad natural invencible de pensar” y este: “Pienso, luego soy”, son los mismos en el espíritu de Descartes y en el espíritu de San Agustín, que dijo la misma cosa doce siglos antes. En verdad, estoy lejos de decir que Descartes no sea su verdadero autor, aun cuando lo hubiera aprendido de la lectura de este gran santo; porque se cuanta diferencia hay entre escribir una palabra al azar, sin hacer una reflexión más amplia y extensa, y observar en esta palabra una serie admirable de consecuencias, que prueba la distinción entre naturaleza material y espiritual; y hacer de ella un principio firme y sostenido de toda una física como Descartes pretendió hacerlo. Pues, sin examinar si tuvo éxito en su pretensión, supongo que lo logró, y es bajo esta suposición que digo que esta palabra es tan diferente en sus escritos de la misma palabra en los otros que lo han dicho de pasada, como un hombre lleno de vida y fuerza, de un hombre muerto. Tal dirá una cosa sin comprender la excelencia, donde otro comprenderá una serie maravillosa de consecuencias que nos hacen decir osadamente que no es la misma palabra, y que no la debe a quien la enseñó, como un árbol admirable no pertenece a quien lanzó la semilla, sin pensar y sin conocerla, en una tierra abundante que la hubiera aprovechado por su fertilidad.

Pero este contexto es fluido. Podemos extenderlo o limitarlo. Hasta dónde quisiera extenderlo su autor? O dónde quisiera limitarlo?

E. Gilson, ampliando el contexto a toda la obra de San Agustín ha podido sacar –con buenas razones-, conclusiones contrarias a las de Pascal.

A veces, cuando el contexto no es puramente verbal, se complica la interpretación: ¿qué elementos de la situación global abarca el contexto? El décimo grito del pastorcito mentiroso, no llama la atención a pesar del peligro real, porque la interpretación ha sido determinada por el conjunto de la situación.

Por la interpretación no sólo es función del contexto; es también función del intérprete, y este estará más dispuesto a un esfuerzo de interpretación, cuando más prestigiosa es la obra.

Es la aplicación del principio de caridad –o mejor, de justicia-, que nos pide - o exige-, tratar de darle a la obra el máximo de coherencia posible. Pero, acaso no se arriesga a imponerle interpretaciones que son función de nuestras convicciones, máxime cuando el texto beneficia de prestigio? Por esta razón la coherencia es recomendable pero no es una regla interpretativa suficiente.

Los criterios de coherencia, en función de nuestras convicciones, y el contexto pueden entrar en conflicto. Esta incompatibilidad puede invitar a conservar el primero en desmedro del segundo, como sucede en este ejemplo cómico, cuya comicidad puede ser inhibida en espíritus religiosos:

El hombre que dice que “no hay milagros” es ciego como un topo en su madriguera. Supongo que nunca ha oído hablar de la penicilina. La televisión le es desconocida. “Astronauta” le es una palabra ignorada. Las noticias sobre el CREST no le han llegado. Sostengo que esta es una edad de milagros. Podría nombrar miles más.

En estos casos cuando es obvia la mala interpretación de palabras o textos incurrimos en la falacia llamada ignorantia elenchi que consiste en malinterpretar –consciente o inconscientemente, un término o un enunciado. En las situaciones obvias es difícil contener la risa, de connivencia o de exclusión. Pero no siempre la situación es tan obvia.

Traigo a colación el argumento que la lógica de Port Royal propone para aducir que Aristóteles –de nuevo Aristóteles-, incurre en ignorantia elenchi fenómeno que él estudió pero no practicó a fondo, cuando refuta a Parménides y a Meliso. Dice así:

(Aristóteles) refuta a Parménides y a Meliso por haber admitido sólo un principio de todas las cosas, como si ellos hubiesen entendido por ello el principio del que están compuestas, mientras que ellos entendían el único principio que ha originado todas las cosas, que es Dios. Es claro que, para nosotros, el argumento de Port Royal que ataca a Aristóteles de cometer una ignorantia elenchi, sigue siendo una ignorantia elenchi, aunque para ellos era un argumento sensato. Es bueno repetir que no hay argumentos falaces en sí. La fuerza de un argumento, o su falacia, depende de las circunstancias –históricas en este caso-, de los auditorios, fines e intenciones de orador y auditorio. Y también, auque ya está dicho, de nuestro saber e imaginación , porque ningún texto es absolutamente claro . A veces la claridad es producto de la ignorancia o de falta de imaginación. Locke, recuerda Perelman, nos llama la atención sobre estos hechos:

Más de un hombre que en la primera lectura creyó comprender un pasaje de la Escritura o una cláusula del Código, perdió toda su comprensión después de consultar comentaristas, cuyas aclaraciones –han producido dudas o las ha...


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