Descartes 2020 PDF

Title Descartes 2020
Course Historia de la Psicología
Institution Universidad de Morón
Pages 10
File Size 273 KB
File Type PDF
Total Downloads 27
Total Views 172

Summary

Apuntes de Descartes 2020...


Description

DESCARTES Y LA PSICOLOGÍA EL ALMA RACIONAL EN LAS MEDITACIONES METAFÍSICAS

Introducción: René Descartes (Renato Cartesio en su denominación latina) nació en La Haye, Turena (Francia)1 en 1596, y muere en Estocolmo en 1650 luego de haber vivido sus últimos veinte años en Holanda. Es un pensador destacado dentro de ese movimiento intelectual llamado Modernidad, corriente del pensamiento que deja atrás al Renacimiento y, definitivamente, a las últimas expresiones medievales. Además de ser un importante filósofo desarrolló, también las matemáticas y algunas disciplinas ligadas a ésta. Al buscar un camino firme, un fundamento metodológico a la ciencia, es visto por algunos historiadores de la filosofía2 como un filósofo de las ciencias. Otros insisten en el interés metafísico en la obra de este pensador3. Por último, hay quienes hacen hincapié en la supuesta pretensión cartesiana de conciliar razón y fe, por lo que es considerado como un filósofo más próximo a la tradición medieval4. Independientemente de las variadas consideraciones sobre Descartes, su pensamiento, por la búsqueda de un conocimiento indudable a partir de la razón, se inscribe en el racionalismo. Como Aristóteles, desarrolló un método acorde a su propósito especulativo. De este modo contribuyó decisivamente en disciplinas como lógica; metafísica; antropología; teología y, en lo que a nosotros concierne, en los inicios de la psicología. En este trabajo vamos a analizar, principalmente, su concepción del alma en las Meditaciones Metafísicas.

Descartes y sus circunstancias: La concepción de Alma, en la época y lugar de formación de Descartes, estaba influida por el aristotelismo. Aristóteles había desarrollado un análisis del alma (peri psyché) que permitía entender, desde su concepción, cómo se produce el conocimiento. Análisis que mostraba el camino gnoseológico del alma humana desde las sensaciones más simples a la actividad del intelecto agente, la más abstracta y especulativa función del alma racional. Esa explicación acerca del intelecto agente no era de la mayor claridad y parecía, a muchos, una concesión involuntaria a la influencia de su maestro Platón. Descartes se formó en el Colegio de La Flechè, donde recibió una instrucción muy acorde con las reglas escolásticas (método), y de profundo respeto a la doctrina de santo Tomás (principios)”5, las que tenían “como rasgo privativamente escolástico6, el apego a la doctrina del estagirita”7. Esto significa que la postura innovadora del filósofo francés asume una ruptura con el aristotelismo y su más que milenaria influencia en el pensamiento occidental: “El conocimiento perfecto del que nos habla Descartes en las Meditaciones Metafísicas semeja mucho al que nos presenta Aristóteles en su Metafísica: el conocimiento por las causas primeras y primeros principios, causas y principios que contienen implícitamente todo lo que el hombre es 1 Desde el año 1967, este poblado del centro de Francia que a principios del siglo XXI cuenta con 4.000 habitantes fue rebautizado como Descartes, en honor al filósofo. 2 Windelband y Natorp, entre otros; cf Larroyo, F.: “Estudio Introductorio” en Descartes (1995): “Discurso del Método; Meditaciones Metafísicas; Reglas para la dirección del Espíritu y Principios de la Filosofía” pg. 7; México; Porrúa. 3 Por ejemplo, Alquié y Guéroult, ídem. 4 Como en el caso de Etienne Gilson y Gouthier, ídem. 5 Míguez, J. A.: “Prólogo a las Meditaciones Metafísicas”; en Descartes (1981): “Meditaciones Metafísicas; Las Pasiones del Alma” pg. 7; Bs. As.; Aguilar. 6 La Escolástica fue un movimiento teológico-filosófico que intentó conciliar razón y fe, principalmente durante la Edad Media. 7 Míguez, J. A. op.cit. pg. 9.

capaz de conocer”8. Pero ese “conocimiento perfecto” tendrá en el filósofo francés una muy distinta orientación.

La búsqueda del Método: Si bien es cierto que en la búsqueda de la ciencia de las causas primeras y los primeros principios hay una coincidencia de Descartes respecto a Aristóteles, no la hay respecto al modo. El método9 cartesiano significará una innovación con toda la tradición precedente. Al analizar el “alma” (su análisis psicológico) va a cimentar un modelo de investigación que gravitará en la mayor parte de los pensadores de la modernidad. A decir verdad, Descartes fue también un profundo metafísico que, como tal, se propuso sentar el fundamento de una ciencia de esencias ideales-racionales superadoras de la contingencia humana, y al mismo tiempo posibilitó una revolución metodológica del conocimiento. Para este filósofo el conocimiento deberá ser indudable, lo que significa absolutamente incuestionable. Para ello debe manifestarse como universal (válido para todos los que dirigen su atención al mismo objeto de estudio) y necesario (o sea, que es impensable que suceda de otro modo); por lo cual, ese ámbito del saber en el que se despliega un conocimiento universal y necesario no puede provenir de los sentidos10. Los sentidos solo pueden brindar un saber contingente, basado en el comportamiento habitual, en la probabilidad. En cambio, la razón se dirige a un ámbito ideal (de ideas) en donde se puede sortear lo variable, lo contingente y efímero. Descartes consideraba que el modelo y guía del conocimiento racional, de entes universales y necesarios lo proporciona el modelo matemático. En una de sus obras más conocidas, el “Discurso del Método” del año 1637, expone las condiciones de un saber racional e indudable basado en cuatro reglas11. Este famoso texto en la actualidad se publica como obra independiente, pero su autor lo publicó como introducción a una obra de amplio contenido científico compuesto de tres áreas del conocimiento de fuerte inspiración matemática: Dióptrica; los Meteoros y la Geometría12. Según nuestro pensador, “Considerando que entre todos los que hasta ahora buscaron la verdad en las ciencias, solo los matemáticos pudieron encontrar algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudé en empezar por las mismas que ellos examinaron”13. Pero si el “Discurso del Método” tiene como propósito mostrar y justificar el procedimiento gnoseológico para alcanzar saberes universales y necesarios, las “Meditaciones Metafísicas”, publicadas por primera vez en 1641, van a tener como finalidad aplicar ese método para sentar los fundamentos metafísicos de su concepción, en donde los problemas de alma, cuerpo, Dios y hombre, son tratados de un modo diferente, original, respecto a la tradición aristotélico-escolástica.

Las Meditaciones Metafísicas: 8 Idem. 9 Método proviene del griego méthodos, lo que significaba “camino”. 10 Orientación gnoseológica del empirismo inglés que se desarrolla casi contemporáneamente al cartesianismo. 11 Dichas reglas son: Evidencia (aquello que se presenta a mi espíritu o alma con “claridad” y “distinción”); análisis (separación de un todo en las partes más simples que lo componen); síntesis (reunión de esos elementos analizados), y enumeración o repaso del proceso llevado a cabo. 12 La Dióptrica es un área de la óptica que estudia el fenómeno de la refracción de la luz; la Meteorología, era parte de la Astronomía. 13 Descartes, René (1980); Discurso del Método, pg.60; Bs. As.; Aguilar.

LA DUDA METÓDICA: En el pensamiento de Descartes la ciencia y la filosofía, aunque no compartan objeto de estudio, comparten el método. En la primera de las meditaciones metafísicas el punto de partida es el ataque, la demolición de opiniones y saberes adquiridos a lo largo de la propia formación, entre los cuales la tradición aristotélica tiene un papel primordial: “Ya me percaté hace algunos años de cuántas opiniones falsas admití como verdaderas en la primera mitad de mi vida y de cuán dudosas eran las que después construí sobre aquellas, de modo que era preciso destruirlas de raíz para comenzar de nuevo desde los cimientos si quería establecer alguna vez un sistema fuerte y permanente”14. Pero evitando la inmensa tarea que requiere pasar lista de cada uno de los saberes para que los mismos encuentren justificación, nuestro filósofo se dirige a poner en duda la raíz de todos ellos y así rescatar los que puedan permanecer como incuestionables. El método cartesiano se muestra de este modo como una duda radical. El conocimiento que nace a partir de los sentidos, como planteaba Aristóteles, no brindan certeza según Descartes. Para este último, nuestro juicio sobre lo que nos manifiestan los sentidos puede errar, confundirse, por ejemplo en el caso del tamaño, la distancia o la cantidad en que se presentan los entes observables. Inclusive es dudosa la opinión sobre cosas de las que sería poco sensato dudar, como ser, que en este momento estoy despierto, ante el teclado, pasando este texto al Word, o sea dudar de la propia vigilia. En principio, concediendo a la exposición cartesiana, nada nos ofrece la absoluta certeza de no estar durmiendo, porque muchas veces me sueño en circunstancias tan reales y vivaces como en la vigilia. Incluso siendo exagerado pero afín a la necesidad de fundar un saber totalmente indubitable, el filósofo francés plantea que nada impide imaginar a la vida misma como un sueño muy extenso: “Cuando doy más vueltas a la cuestión veo sin duda que estar despierto no se distingue con indicio seguro de estar dormido, y me asombro de manera que el mismo estupor me confirma que duermo”15. Nuestro filósofo no solo busca establecer un límite al conocimiento en el cual no podrían caber datos de los sentidos, sino que además nos advierte acerca de nuestras inclinaciones, de la propensión del alma a dejarse guiar por ellos en función de la costumbre o hábito. La inclinación del alma hacia lo sensible nos parece “natural”, pero hay que prevenirse de esa tendencia porque es fuente de permanentes errores. No obstante, si bien las imágenes formadas pueden ser inverosímiles, es más difícil esa inverosimilitud en aquello que compone las imágenes (sonidos, colores, etc.), puesto que lo blanco, lo oscuro, lo frío, entre muchas otras sensaciones, se perciben en ambas instancias. Toda representación de fenómenos naturales, ya sea en la vigilia o en el sueño, aparentan ser combinaciones de sensaciones elementales a las que Aristóteles16 identificaba con las formas (accidentales) de los sensibles propios. ¿Qué certeza podríamos tener entonces acerca de lo que conocemos “naturalmente”? Para Descartes esta inclinación natural hacia los sentidos y la incertidumbre que de ello resulta afecta y cuestiona toda la ciencia empírica: “En consecuencia deduciremos quizá sin errar, de lo anterior, que la física, la astronomía, la medicina y todas las demás disciplinas que dependen de la consideración de las cosas compuestas, son ciertamente dudosas, mientras que la aritmética, la geometría y otras de este tipo, que tratan sobre las cosas más simples y absolutamente generales, sin preocuparse de si existen en realidad en la naturaleza o no, poseen algo cierto e indudable, puesto que, ya esté dormido, ya esté despierto, dos y tres serán siempre cinco y el cuadrado no tendrá más que cuatro lados; y no parece ser posible que unas verdades tan obvias incurran en sospecha de falsedad”17. Descartes, a pesar de esto, también va a dirigir de un modo hiperbólico18, afín a la necesidad de encontrar un saber inconmovible, el ejercicio de cuestionamiento, la duda radical sobre esos conocimientos provenientes de la razón, de las ideas (ideales en este sentido). Esgrime así el estrafalario recurso de la 14 Descartes, René (1981); Meditaciones Metafísicas, pg.31; Bs. As.; Aguilar. 15 Descartes, René; ídem, pg. 32. 16 Cf Aristóteles y el tratado Acerca del Alma, material de cátedra. 17 Descartes, René; ídem, pg. 33. 18 Sobredimensionado o exagerado.

posible existencia de un ser superior, omnipotente, quien como tal, es capaz de hacernos confundir permanentemente. Es la llamada “hipótesis del Genio Maligno”. Con este hipotético argumento ni siquiera hay garantías de que la más elemental suma algebraica tenga un correlato cierto en la experiencia, sino que solo en nuestros cálculos “ideados” esas operaciones nos resulten convincentes, mientras es posible (porque es imaginable, aunque muy remotamente verosímil) que ese ser engañador se burle o divierta con nuestras elucubraciones matemáticas muy racionalmente demostradas. De esta manera, Descartes puso en duda tanto nuestro saber sensible como nuestro saber abstracto. Nuestros saberes no son indudables, no son universalmente válidos ni lógicamente necesarios aún en aquello que aparece como más inconmovible, sin importar que nos lo representemos durante el sueño o la vigilia. Que nuestra constitución intelectual nos dé certezas especulativas no significa que las mismas sean verdaderas, dado que la causa de nuestras imperfecciones pueden fundarse en el error o en la malicia de quien nos ha creado: “Pero quizá Dios no ha querido que yo me engañe de este modo, puesto que de él se dice que es sumamente bueno; ahora bien, si repugnase a su bondad haberme creado de tal suerte que siempre me equivoque, también parecería ajeno a la misma permitir que me engañe a veces; y esto último, sin embargo, no puede ser afirmado”19. Repasando el camino andado con la duda metódica, las imágenes que representan la realidad, nuestras percepciones más elementales del entorno, basadas en las sensaciones simples (color, sabor, textura, etc.) no son admisibles como saber confiable; tampoco son aceptables esas llamadas, por Aristóteles, “sensaciones comunes” de tamaño, extensión, cantidad, distancia, duración, etc. y todo aquello que una percepción diferente nos puede hacer cambiar de opinión; tampoco las abstracciones basadas en ellas. A su vez, la posibilidad de un ser superior perverso, de un genio maligno que se divierta ante nuestra convicción sobre los conocimientos más indudables, como los matemáticos, también debilita la certeza de nuestros saberes racionales. El “mundo” de la materialidad y el “mundo” de las ideas no son incuestionables una vez aplicada con rigurosidad, radicalidad y de manera hiperbólica, la duda metódica. Por la senda de los sentidos, o por la de la razón, al término de la primera meditación Descartes ha dejado en estado de incredulidad y escepticismo la vocación humana al conocimiento. EL CÓGITO: En la segunda meditación, Descartes arranca de la suposición, entonces, de que todo lo proveniente de los sentidos es falso sin más; y lo racional, engañoso. Suposición extremista pero necesaria a su pretensión de encontrar un punto firme de apoyo a su investigación. Encontrando este punto se podría derivar del mismo, mediante un exigente procedimiento, consecuencias también firmes respecto del conocimiento y la aceptabilidad del mundo que nos rodea. Al plantear entonces que lo percibido es sencillamente falso (cuerpo, extensión, figura, movimiento) y que además, lo manifestado por la memoria nunca ha existido con necesidad lógica, el camino intelectual del método cartesiano se establece, desde esta perspectiva, una ruptura definitiva con la gnoseología aristotélica. Conocer no será la actividad del entendimiento sobre aquello que nos ofrecen los sentidos mediante percepciones (simples, comunes o accidentales20), ni en lo que nos proporciona nuestra facultad anímica de imaginar. Es contra ese “recorrido” gnoseológico de influencia aristotélica sobre el alma que se rebela Descartes. Eliminando todo lo que se nos presenta en los sentidos y en la razón ¿Hay algo seguro? El argumento es muy conocido: el “objeto” de mis percepciones; el “objeto” de mis imaginaciones; el de mis abstracciones; o sea, aquello en lo que se concentra mi atención puede ser una fantasía, pero el “acto” de percibir es real (aunque lo percibido no lo sea); el “acto” de imaginar es cierto (a pesar de que no lo sea lo imaginado); y lo mismo respecto a las abstracciones, que “en acto” son indudables aunque aquello que es fuente de las abstracciones sean dudosas. 19 Ídem. 20 Cf Aristóteles y el tratado Acerca del Alma, material de cátedra.

¿Qué es lo permanente más allá de lo percibido, lo imaginado, lo abstraído…de lo pensado en general?: El acto de pensar, o sea el acto de imaginar, sentir, etc. “Aquello” que yo pienso puede ser absurdo, pero que “yo pienso” resulta una verdad incuestionable, una certeza manifiesta. Pienso, en consecuencia existo (“cogito, ergo sum” en la formulación universalmente conocida). Ni aún la inverosímil suposición de un ser todopoderoso carente de otro propósito que el de divertirse engañándonos puede eludir este punto firme: si me engaña es porque soy algo o alguien a quien engañar. Siempre que tenga presente mi pensar, ha de ser necesario que yo exista. Así, el cogito, el “yo existo”, es el punto de partida para fundamentar el conocimiento. Desde ahí se intentará dar razón y certeza de lo conocido. Se va a tratar de una tarea singular que va a permitir establecer los fundamentos de toda actividad científica y filosófica, una tarea que es “psicológica” porque el alma se inspecciona y estudia. Descartes va a llevar adelante esta tarea procediendo de un modo opuesto a la tradición aristotélico-tomista en la que había sido formado. El método cartesiano, expuesto en el Discurso del Método, partía de la búsqueda de lo que resulte una evidencia (la claridad y distinción con que algo se presenta a la inspección de mi espíritu) porque lo evidente es indudable, y lo indudable es verdadero21; y ahora podemos afirmar que lo más evidente es el cogito, no la experiencia de los sentidos. La definición lógica de Aristóteles de hombre como animal racional es rechazada por Descartes. Los términos “animal” y “racional” se presentan confusamente, sin la claridad y distinción que el método cartesiano requiere. Además no puede definirse el “ser hombre” a partir de nuestra configuración anatómica (manos, cuerpo, postura bípeda, cerebro, entre otros) ya que los datos de los sentidos fueron dejados de lado por la sospecha que generan a la inspección racional del alma. Tampoco admite la noción de “hombre” por el hecho de andar, alimentarse, imaginar, pensar, en función de un alma que nos recorre todo el cuerpo22. Todas estas concepciones, vigentes en la época del filósofo francés, son rechazadas, porque la idea de alma, tan ligada a las actividades corporales en cada una de ellas, no es clara y distinta. Descartes, de esta manera, no solo rompe con los principios y métodos del estagirita, sino que además va a re-significar la misma terminología con la que se sirve el análisis filosófico-“psicológico”, principalmente desde el término alma. Cuando se hable de alma, las ideas que de esa expresión resulten serán muy disímiles según la perspectiva cartesiana, respecto de la aristotélica. Retomando, para Descartes no podemos saber qué es lo que somos considerándonos “cuerpo” desde un punto de vista clásico, por lo que todas las actividades referidas al cuerpo nos resultan sospechosas al análisis del cogito. Solo podemos tener certeza en el pensar en tanto advertimos nuestro pensar. Sin embargo, el cogito, al darnos certeza que somos aún no nos dice qué somos, no permite entender todavía de qué se trata ser una cosa que piensa. Por ello el filósofo francés intenta responder: “¿Qué soy? Una cosa que piensa. ¿Qué significa esto? Una cosa que duda, que conoce, que afirma, que niega, que quiere, que rechaza, y que imagina y siente”23. Hoy podríamos decir de una manera quizás anacrónica que Descartes provoca una “revolución copernicana” al invertir la relación alma-cuerpo24. No se percibe desde el cuerpo, se percibe desde el cogito; no se imagina, calcula, abstrae, etc. desde los clásicos cinco sentidos aristotélicos, sino que todas esas actividades se originan en el cogito, en el “yo pienso”. No obstante, nuestro filósofo concede que el cogito se ve asaltado impetuosamente por las percepciones sin que el mismo participe de inmediato de un modo advertido, atento. E intenta que comprendamos el 21 Descartes, René (1981); Meditaciones Metafísicas, pg.43; Bs. As.; Aguilar. 22 En su Historia de los Animales, Aristóteles extiende su concepto de Alma como pneuma: un hálito o aire (se hace evidente la dificultad de la traducción de términos característicos y funcionales en su contexto histórico). Para ampliar la noción aristotélica de pneuma. véase Armstrong, A. H. (1987): Introducción a la Filosofía Antigua pp. 162-164; B...


Similar Free PDFs