Disertación Descartes PDF

Title Disertación Descartes
Course La Filosofía en la Edad Moderna
Institution Universidad Internacional de La Rioja
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Asignatura La Filosofía en la Edad Moderna

Datos del alumno Apellidos: Moris Rull Nombre: Nazaret

Fecha 20 / 01 / 2021

Disertación: ¿Tenemos cuerpo o soñamos que tenemos cuerpo? Introducción

“Si fuéramos cerebros en una cubeta, ¿podríamos decir o pensar que lo somos?”, o expresado en términos cartesianos, ¿tenemos cuerpo o soñamos que tenemos cuerpo? Este es el debate suscitado por el filósofo y matemático moderno René Descartes, padre del Racionalismo filosófico, y por el filósofo, matemático e informático Hilary Putnam, férreo seguidor de la filosofía cartesiana.

El hecho de que estas preguntas se hayan formulado con una diferencia de tres centurias, no lleva a reflexionar que hay cuestiones trascendentales a las que el ser humano ha confabulado muchas respuestas, pero si obtener el éxito de una respuesta común que satisfaga a todas las mentes. Hay capítulos que no se pueden cerrar. Es el amor por la sabiduría el que nos impulsa a querer entender lo que somos, lo que hacemos, el porqué de nuestras acciones y nuestra relación con lo terrenal y lo divino, si es que existiere. A lo largo de los tiempos, los filósofos han luchado por arrojar luz a la humanidad. Si nuestros dirigentes protagonizan a diario un lamentable espectáculo con el fin de desenmascarar al contrario o, incluso, hundir al oponente, los filósofos no se ofuscan en negar verdades o refutar argumentos, sino que buscan construir conocimiento que actúe como un bálsamo ante el desasosiego que las cuestiones trascendentales producen en el ser humano. En este caso, Descartes desea contribuir a la episteme humana con un método científico matemático que parte de la visión del sujeto, del “yo” como individuo. La finalidad de esta metodología, dividida en cuatro pasos, es buscar la certeza, la garantía de verdad, aquello que pase lo que le pase al ser humano, seguirá

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existiendo; de ahí que, las matemáticas sean su mejor aliada. El hombre es falible, las matemáticas no. Para el filósofo francés, todo comienza con la duda; apartando todo aquello que es dubitable, quizá lleguemos a un punto del que no se pueda dudar, he ahí la certeza. La falsedad es todo aquello que no puede ser probado. Así nace la cuestión, ¿cómo puedo tener certeza de que tengo cuerpo, y si estoy soñando que lo tengo? ¿Hasta dónde debemos remontarnos según la lógica cartesiana para contestar a este inquietante interrogante?

Desarrollo

¿Tenemos cuerpo o soñamos qué tenemos cuerpo? Lo primero de todo, sería partir de cómo hemos llegado hasta la premisa que se nos plantea. La filosofía cartesiana se cuestiona reiteradamente lo que es y lo que no es. Si se debate sobre la existencia del cuerpo, significa que se ha separado el cuerpo de la mente, que ya se ha asumido que ha habido un acto de pensamiento; para tener cuerpo o para soñar que tengo cuerpo necesito realizar un acto de pensamiento. Tengo la certeza de que mi pensamiento, esa cosa pensante, se basta por sí mismo para existir, por lo que se constituye como sustancia Res Cogitans. Esta certeza del “yo pensante”, hace que me plantee que mente y cuerpo son dos cosas distintas “Puesto que ya sé que todas las cosas que concibo clara y distintamente pueden ser producidas por Dios tal y como las concibo, me basta con poder concebir clara y distintamente una cosa sin otra, para estar seguro de que la una es diferente de la otra […]. Por lo tanto, como sé de cierto que existo […] concluyo rectamente que mi esencia consiste sólo en ser una cosa que piensa, o una sustancia cuya esencia o naturaleza toda consiste sólo en pensar. Y aunque acaso […] tengo un cuerpo al que estoy estrechamente unido, con todo, puesto que, por una parte, tengo una idea clara y distinta de mí mismo, en cuanto que yo soy sólo una cosa que piensa -y no extensa-, y, por otra parte, tengo una idea

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distinta del cuerpo, en cuanto que él es sólo una cosa extensa -y no pensante-, es cierto entonces que ese yo [es decir, mi alma, por la cual soy lo que soy], es enteramente distinto de mi cuerpo, y que puede existir sin él...” (Descartes, 1987, pág. 71) Si la Res Cogitans, primera sustancia, es inextensa, el cuerpo es extenso, por lo que debe situarse en la Res Extensa, en la materialidad del cuerpo. Entonces, ¿no debería ser una certeza que tengo cuerpo si este es materia extensa que realiza funciones vitales? ¿Somatiza el cuerpo? Quizá las funciones vitales también sean reflejo de mi pensamiento, quizá no respire, sino que pienso que respiro, al igual que los impulsos nerviosos de la probeta pueden hacerme creerlo. Por lo tanto, el cuerpo no es indubitable al contrario que la Res Cogitans; yo puedo existir sin lo extenso del cuerpo. Sin embargo, las dos sustancias de la Res Cogitans y la Res Extensa se aúnan en la glándula pineal “unas partículas extraordinariamente pequeñas y sutiles que pasan información desde el cerebro a los músculos a través de la sangre y los nervios”, el cuerpo recibe las órdenes del “yo pensante”. ¿Y si el Genio maligno o, en el caso de Putnam, la probeta también me hace creer que estoy pensando o me hace soñar que estoy pensando? En cualquier caso, estaré cometiendo el acto de pensar, por lo que es una certeza verdadera. Si sueño que tengo cuerpo también estoy pensando. Sin embargo, puede ser contradictorio ya que ¿de qué modo puede el “yo” observarse a sí mismo sin que aquello que le observe deje de ser “yo”? Necesitaríamos quizá un ente con dos cabezas que externamente observase lo que le ocurre internamente. No puedo cotejar si estoy en una situación de sueño o vigilia. A la luz de lo arrojado, cabe preguntarse, ¿qué diferencia hay entre soñar o tener?, si puede ser que esté cegada por los sentidos o manipulada por el genio maligno. Lo esencial es la mente, el cuerpo es mero instrumento; lo único que puedo asegurar es qué pienso. ¿Cómo salir entonces del eterno bucle de tener o soñar que tengo, de esta oscuridad caótica? Podría zanjarse aquí el debate planteado,

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ya que, no puedo saber si mi cuerpo es parte de un sueño ni tampoco si estoy soñando, en tal caso, si no puedo desentrañar esas cuestiones iniciales, no sé absolutamente nada. Eso itera en la perpetua espiral del Putnam, ¿puedo decir o puedo pensar que soy un cerebro en una cubeta? No, no puedo. Descartes propone un método científico matemático racional y seguro dividido en cuatro pasos: evidencia del problema; ¿tengo cuerpo o sueño que tengo cuerpo?, análisis; división del problema, ¿qué es soñar?, ¿qué es tener?, ¿de dónde provienen estos significados?, ¿puedo desprenderme del contexto?, síntesis; cohesión de los argumentos y enumeración y revisión de lo revelado. El sistema cartesiano puede dividirse a su vez en dos partes: una primera parte escéptica que duda de todo y una segunda parte que me ofrezca certeza y me haga superar el escepticismo de mis sentidos y del genio maligno o, en su defecto, de un científico loco y muy perverso. Cartesianamente, la envergadura reside en que Dios, las Res Infinita me ha dado pasiones y libertad. No es la esencia la cuestión, el pensamiento está formado de muchas cosas (acciones del pensamiento): dudar, imaginar, entender, querer. No obstante, no hay argumentos trascendentales que concluyan esta realidad metafísica de si me encuentro soñando permanentemente. No se trata de desacreditar o refutar, directamente, no es la esencia de la cuestión. Si utilizo el método cartesiano parto de una nada que duda de todo, pero este realismo escéptico alberga una parte negativa: si dudo de todo, lo niego todo, y la negación es el límite de la duda. Por lo tanto, si dudo pienso y si pienso, existo. Así, el genio maligno queda reducido en el momento el que yo tengo la certeza de que pienso y en el momento en el que mi mente es refugio de todas esas acciones de forma clara y distinta. Establecido el cogito ergo sum, yo pienso, luego existo, puede llegar un segundo interrogante: ¿dónde pienso? ¿dónde existo? Descartes ante esta metafísica de la subjetividad, plantea su segunda sustancia, su segunda certeza: la res infinita Dios. Un ser superior, infinito, que ha creado al hombre un ser finito.

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Según Descartes, conocemos esta certeza porque tenemos la idea innata de que Dios nos ha creado porque nosotros sumos imperfectos y dubitativos; incapaces de crearnos. De esta forma, si Dios es perfecto, no puede engañarme. Sin embargo, si este Ser no puede engañarme, lo que yo veo tiene que ser claro y distinto. He ahí, la solución cartesiana, la voluntad irracional; a veces, queremos ir más allá de nuestro entendimiento, de lo que no tenemos conocimiento y eso nos induce a error. Putnam, achaca este error al nominalismo, no podemos pretender representar una idea, una certeza si quizá no tengamos “el símbolo o signo” adecuado en nuestra mente. Si no tengo las herramientas necesarias, de base ya voy mal.

Conclusión

Si existo porque pienso y esa mente cartesiana me permite pensar, imaginar, entender, confabular, querer… todo aquello de lo que tengo certeza y garantiza mi existencia, qué importancia tiene si tengo cuerpo o si estoy en un sueño eterno. Mi mera existencia puede provenir de la infinitud de Dios, de un superordenador, de una probeta, pero yo siento que tengo cuerpo, como real, porque pienso en ello. Nunca podremos llegar a saber si despertaremos del sueño porque ni siquiera sabemos que estamos soñando. Sin embargo, sin percibir la respuesta inicial, tengo la certeza de mi existencia. Es preferible, seguir viviendo o soñando despiertos que dejar de vivir por una eterna lucha que escapa de nuestro intelecto.

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Fuentes

Descartes, R. (1987). Meditaciones metáfísicas y otros textos. Madrid: Gredos. pp. 71. Garrido, Manuel; Valdés, Luis.M., Arenas, Luis. (coords.): El legado filosófico y científico del siglo XX, Cátedra, Madrid, 2005. Giovanni Reale, D. A. (2018). Historia del pensamiento filosófico y científico II. Del Humanismo a Kant. Barcelona: Herder. pp. 305- 336. Giovanni Reale, D. A. (2018). Historia del pensamiento filosófico y científico III. Del Romanticismo hasta hoy. Barcelona: Herder. Putnam, H., Razón, verdad e historia, Madrid: Tecnos, 1988, pp. 19-21.

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