Resumen- Tema 1- RubÉn DarÍo PDF

Title Resumen- Tema 1- RubÉn DarÍo
Course Textos Literarios Contemporáneos
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TEMA 1- EL MODERNISMO Y RUBÉN DARÍO

El Modernismo es un movimiento espiritual y artístico que nace como un revulsivo contra el estancamiento de la estética romántica. Viene determinado por los cambios operados en el modo de pensar como consecuencia de las transformaciones sociales y económicas de la sociedad occidental del siglo XIX. Todo esto, mezclado y fundido provoca en las gentes, y sobre todo en los artistas, “una reacción compleja y a veces devastadora”. En Hispanoamérica, además, su incorporación al orden neocolonial, con su tendencia hacia la homogeneización, produce un crecimiento económico y urbano y un anhelo de europeísmo, que se mezcla con las formas autóctonas. En este ambiente de secularización de la vida, en que prima la división racional del trabajo, el poeta pierde su papel social tradicional y se siente un ser marginal y, paradójicamente libre y sin sujeción a las normas estéticas. Ante la inexistencia de editoriales relevantes, hallan en el periodismo su mejor medio de subsistencia. Se enfrentan, por ejemplo, a una de las mayores consecuencias de la secularización, la desaparición de contenidos religiosos en las artes, la literatura, y la filosofía transformando los símbolos religiosos en medios que expresan contenidos profanos, enajenan lo sacro y sacralizan lo profano. Por ejemplo Los sonetos “Ite Missa est”, de Rubén Darío, constituyen una trasposición evidente de las imágenes sagradas para expresar el amor o lo erótico; con lo cual los sacralizan y los liberan con este acto de la obligada castidad y represión de la moral tradicional. Simultáneamente los intensifican, logrando con ello unos resultados éticoestéticos inexistentes hasta entonces en el mundo hispano. Los escritores modernistas, deciden hacer de la literatura una manifestación de la belleza y de la libertad y condenan la vulgaridad contemporánea. Palabras de Juan Ramón Jiménez sobre el Modernismo, publicadas en 1952, “No fue solamente una tendencia literaria: el modernismo fue una tendencia general, Modernismo no es cosa de escuela ni de forma, sino de actitud. Era el encuentro de nuevo con la belleza” Este movimiento corresponde a la crisis de evolución del mundo en el último tercio del siglo XIX, hasta entonces dominado por una filosofía positivista, un realismo deformado y prosaico, y una clase burguesa, adinerada y vulgar. Desde estos supuestos el Modernismo literario se configura como la contestación estética a un mundo en estado de cambio hacia su homogeneización y universalización, que rompe con un presente estrecho y busca un mundo nuevo. De acuerdo con Juan Ramón, dos rasgos definen el Modernismo: la libertad y la originalidad. De ahí el rechazo de los integrantes del movimiento a la institución de 1

una escuela, pues no tiene cánones fijos, y su aceptación de un espíritu regenerador (aunque el influjo de Rubén Darío en Hispanoamérica fue tan poderoso que se ha llegado a hablar de “rubendarismo”). De ahí también el eclecticismo de sus fuentes: la interpretación del mundo como un misterio que hay que descifrar del Simbolismo; el ataque a la ética burguesa, la evasión de la realidad circundante, la musicalidad de las formas poéticas y la indagación en el mundo del inconsciente, del Decadentismo. Baudelaire, Verlaine (y Jean Moréas, para Darío) se convierten en maestros indiscutibles. Bécquer, y a través de él, la poesía romántica alemana, se expanden por el continente hispanoamericano y el influjo de “su lirismo estremecido ante el misterio”, se evidencia en el primer Darío. También son difíciles de precisar sus límites cronológicos . Algunos, lo circunscriben a los años 1888 (fecha de la publicación de Azul) y 1916 (muerte de Rubén Darío). Juan Ramón Jiménez, por el contrario, llega a afirmar la existencia de un siglo modernista. Otros, con más afinado criterio hablan de medio siglo y observan que en la prosa hispana de la primera mitad del siglo XX se dan la evocación poética de temas y ambientes típicamente modernistas y sus factores estilísticos e ideológicos, manifestados en el espíritu de desorientación patente, en la “angustia existencial, la futilidad, el pesimismo que permearon y enriquecieron gran parte de la producción modernista”. Esta misma disyuntiva se amplía al penetrar en España y pretender distinguir entre Modernismo y generación del 98, aunque cada escritor siguió los derroteros de su propio estilo (como pedía Darío) todos ellos se preocuparon por dotar de “hondura, fantasía, decadentismo, musicalidad” a sus obras. No debemos olvidar nunca que el Modernismo hunde sus raíces en el pasado literario, filosófico y social y pervive en el futuro, como ya observara Valle Inclán. Lo que no cabe duda es que el período 1888-1916 marca su máximo de esplendor. Se habla indebidamente de “precursores” y “postmodernistas”, pero tanto en unos como en otros tiene lugar la experiencia del viaje modernista, primero, y el repliegue hacia lo esencial, hacia el antirretoricismo y hacia los motivos autóctonos. De nuevo nos encontramos con Darío, erigido en el faro y modelo de los últimos desde su giro intimista de “Cantos de vida y esperanza”.

La estética Modernista Las dispares creaciones artísticas de este movimiento resisten el estrecho molde de una clasificación, pues lo que mejor lo define es su cualidad individual, su rebeldía frente a las hueras (=vacias) formas expresivas académicas, y, consecuentemente, su naturaleza proteica, su sincretismo (=fusión, mezcla o unión de cosas diferentes). La estética modernista, difícilmente encasillable, mantiene como constantes la búsqueda de formas literarias renovadas y superadora de las formas académicas, cuyo fin es preservar la belleza frente al contexto materialista en el que se desenvuelven los escritores, época en la que existe una confusión ideológica y una soledad 2

espiritual expresado certeramente en el poema “Lo fatal”, que cierra “Cantos de vida y esperanza” (1905).

Rasgos típicos del Modernismo literario son: 1.- El esmero en la elaboración de la forma Para los modernistas el escritor debe obtener de las palabras, no sólo su precisión y claridad, sino también su valor melódico, su capacidad de sugerir y de evocar. Para ello se valen de múltiples recursos, sobre todo de la sinestesia de primer grado (asociación de dos sentidos diferentes, frecuentemente entre un sustantivo concreto y su adjetivo: “amarillo chillón”) o de segundo grado (entre un sustantivo abstracto y su adjetivo: “nostalgias amargas”, “verde esperanza”).

Darío aclara : en las “Palabras Liminares” de Prosas profanas: “Como cada palabra tiene un alma, hay en cada verso, además de la harmonía verbal, una melodía ideal. La música es sólo de la idea, muchas veces”.

2.- La búsqueda de nuevos metros o la renovación de otros antiguos poco usuales. En poesía experimentan con ritmos y metros desusados: versos de diez, once, doce, quince, diecisiete y más silabas, o el alejandrino, hasta llegar al verso libre e inician la poesía conversacional.

3.- Amor a la elegancia y guerra al prosaísmo de léxico y de intención Los modernistas se deleitan en realizar una riquísima exhibición de primores, en elogiar las piedras preciosas, los lugares elegantes, la naturaleza domesticada por el hombre (los jardines) prosaísmo=falta de armonía, trivialidad del concepto

4.- Exotismo en el paisaje Hemos de entenderlo como el anhelo de lograr un paraíso en la tierra (siempre artificial, producto de evocaciones culturalistas), un intento de recuperar tiempos heroicos o versallescos pasados En Hispanoamérica tuvo su contrapartida con la revitalización del indigenismo -En este sentido, exotismo e indigenismo responden al mismo impulso, y constituyen las dos caras de un fenómeno de rebeldía originado al contacto de la realidad mezquina, se manifiesta, entre otras formas, en la inclinación a buscar en el interior de cada país sus raíces con la intención de mostrar un vigor y una nobleza, que la actualidad no ofrece.

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Los modernistas vuelven a usar los mitos clásicos como elementos de su poesía, porque en ellos encuentran “verdades de validez universal”. Dioses y héroes de la mitología grecorromana Venus, Júpiter, Pan, Apolo, Eros, Siringa, Leda o Helena elevan la pasión erótica, los ideales de belleza estética, la fuerza colosal y, corporeizados, simbolizan y comparten las cualidades humanas, sus defectos y sus pasiones. En el caso de Rubén Darío sobresalen tres símbolos de la mitología griega por encima de los demás: Venus, el centauro, y el cisne. Venus, “reina soberana” del mundo, en sus obras, representa el ideal de belleza absoluta inalcanzable, la plenitud del mundo, que le posibilitará el enaltecimiento poético de su erotismo. En el centauro, Darío simboliza la energía vital elevada a su máxima expresión, en la que la brutalidad animal, la fuerza ciega del instinto impera. Por eso representa al hombre-bestia y al deseo erótico mitologizado. El cisne, animal heráldico por excelencia, no tiene una significación fija en la lírica dariana. Puede representar el ideal de pureza, de belleza y de elegancia; pero también una aventura erótica. Imagen esta última obsesiva en Rubén, unida siempre al episodio amoroso de Júpiter y Leda, una unión monstruosa que eleva el deseo posesivo a la categoría de divina, muchas veces intensificado con el adjetivo “eucarístico”, con las connotaciones religiosas que esa blancura sugiere.

1.3. RUBÉN DARÍO. El nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), poeta, periodista y diplomático, es considerado uno de los padres de la poesía española contemporánea. Creador del Modernismo hispánico a partir de influencias de la poesía francesa, parnasianismo y simbolismo sobre todo (Gautier, Leconte de Lisle, Paul Verlaine), en su segundo viaje a España en 1898 concitó la adhesión de los jóvenes poetas que anhelaban una renovación de una poesía anquilosada en un realismo prosaico (Campoamor, Núñez de Arce). Seguidores entusiastas de estética de brillante ornamentación, sugestivo orientalismo, variedad métrica y reivindicación de lo hispánico, consolidada en sus libros Azul (1888) y Prosas profanas y otros poemas (1896), fueron Juan Ramón Jiménez, los hermanos Machado, Villaespesa, Valle Inclán; y sucesivas promociones poéticas se iniciarían a la poesía leyendo sus versos (Federico García Lorca, Pedro Salinas, José Hierro, etc.). Su magisterio fue indiscutible en las dos primeras décadas del siglo XX. Destaca el contraste entre su seguridad creadora y su inseguridad existencial, dentro de su creación, la poesía fue la primera de sus constantes, como expresa el mismo Darío en su autobiografía:“Yo nunca aprendí a hacer versos. Ello fue en mí orgánico, natural, nacido”. Fue consciente de su misión histórica en la lírica española (“El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América se propagó hasta España, y tanto aquí como allá el triunfo está logrado”. 4

Como mentor lo reconocieron sus contemporáneos españoles: Jacinto Benavente, los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez. Siempre aceptó “la sagrada y terrible fiebre de la lira”, guiado por un intenso amor a lo absoluto de la “Belleza”. Se convierte durante el resto de su vida en colaborador de La Nación, de Buenos Aires, esta necesidad de escribir al dictado de la actualidad, de estar pendiente de lo que pasa, imprime su carácter en la vida y en la obra de Rubén, de ahí, posiblemente, la heterogeneidad de procedencia de sus poemas. Su propia autodefinición, “español de América y americano de España” Su obra Azul (1888) presenta dos partes claramente diferenciadas: Cuentos, en prosa; y El Año lírico, en verso, con otros poemas añadidos, entre los que destacan sus Sonetos áureos y sus Medallones, de la segunda edición. En El año lírico, por ejemplo, nos presenta cuatro visiones líricas diferentes, correspondientes a las cuatro estaciones del año, definidas todas por el estado amoroso. Son, en esencia, cuatro grados de amor, que se abre con la simple expresión biológica, ejemplificada en la pareja de tigres feroces en la selva “Estival”, Inicia así el tema amoroso, en su vertiente erótica, que será hegemónico (supremacía) en Prosas profanas. Pero no acaba con ello la originalidad de Azul. Con este libro híbrido Darío inicia también su renovación métrica y su profusa polimetría que intensificará en libros posteriores suyos, como muestran las variaciones de sus sonetos “Caupolicán”, “De invierno”, “Catulle Mendes”, escritos en alejandrinos, junto a su soneto “Venus”, escrito en heptadecasílabos y fundamental en el desarrollo de su poesía de lo erótico, y los sonetos en dodecasílabos “Walt Whitman”

En 1896 tiene lugar la publicación de dos libros cardinales en la obra literaria de Darío: Los Raros y Prosas profanas En “Los Raros”, a través de múltiples estrategias discursivas (frecuentes exclamaciones e interrogaciones retóricas, uso considerable de metáforas muy reconocibles en el ámbito dariano, alusiones críticas a la sociedad, o comentarios constantes sobre el lugar del arte en dichos contextos sociales) Darío consigue incluir al lector, a quien se interpela con cordialidad, y con cercanía. El segundo, Prosas profanas, es el testimonio de la precoz madurez lírica del autor. Este volumen anuncia la soberanía indiscutible de Darío por espacio de veinte años sobre la poesía española e hispanoamericana. Es un libro sin unidad temática ni retórica, pero en él Darío consigue por fin un modelo estético de poesía que será ampliamente imitado. Desde 1896 los cisnes, heraldos, encajes, violines, boscajes, faunos y divinidades clásicas son repetidos sin limitaciones. Son notables aquí sus aportaciones a la cadencia interna del versículo, las múltiples sinestesias musicales, la gran variedad de metros usados, la profusa y sugerente adjetivación, que muestran la actitud esteticista de Darío.

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El libro deslumbra por sus descripciones decorativas, y por los alardes técnicos empleados. Pero junto a estos aspectos, que deslumbraron a sus seguidores, se oculta un Darío que interioriza sus angustias en diversos poemas que preludian el camino de introspección que le llevará a preguntarse sinceramente por la existencia. En el choque entre Eros y Cronos se anuncia la derrota del primero, porque el placer erótico, omnipresente en Prosas profanas, no sirve como razón suficiente de vida, ya que, llamado a morir también, deja en el hombre un sentimiento de angustia por su carácter pasajero y un vacío tan pronto desaparece. Son suficientemente conocidas sus dos estancias en España; la primera en 1892, con motivo del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, en que vive en el Madrid despreocupado y provinciano anterior a la catástrofe bélica de 1898. Su segunda estancia, mucho más larga y fructífera, tiene lugar seis años después (1898-1900), como redactor de La Nación, de Buenos Aires. En sus crónicas de España contemporánea (1901) deja constancia de la triste impresión que le produce la “patria madre”, así como la degradación de sus hombres de letras. Decide viajar por España para comunicarse con el “alma nacional”. Pronto descubre la regeneración vital del país en sus gentes ( el libro Tierras solares, de 1904,), y observa que aquí también, como en la América Hispana, hay indicios claros de una notable renovación cultural. Colabora en numerosas revistas y periódicos madrileños, como en Helios, fundamental en el desarrollo del Modernismo Español. Publica en Madrid su libro Cantos de vida y esperanza (1905 ) engloba los siguientes aspectos: 1) Interrogantes sobre el futuro de la América Hispana (“Los cisnes”) o sobre la existencia del hombre (“Lo Fatal”); 2) Una inquietud continental anti-yanki ante el creciente poderío estadounidense, que se expresa en su oda “A Roosvelt”. A veces esta inquietud presenta ciertas notas de esperanza, como en los poemas “Salutación del optimista”, “Canto de esperanza” o “Marcha triunfal”; 3) Una marcada melancolía otoñal, que resulta dominante en el poemario, de la que son buena muestra “canción de otoño en primavera” o su tan conocido poema inicial, que empieza: “Yo soy aquel que ayer no más decía /el verso azul y la canción profana”; 4) Sus misteriosos y trágicos planteamientos sobre la naturaleza humana y el destino del hombre. Cantos de vida y esperanza supone la cumbre poética de Rubén Darío, deja en sus páginas una considerable nostalgia por su vida pasada.

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Con frecuencia aparecen el cansancio y el hastío de vivir, unidos a un deseo de serenidad que contrasta con los deseos viajeros y con su exaltación de la vida intensamente vivida. En sus poemas encontramos la alegría y el desaliento unidos, la duda y el cansancio juntos, y un deseo de volver a empezar, aún a riesgo de caer de nuevo.

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